domingo, 18 de febrero de 2018

La hermana salvaje (18 de febrero de 1934)

Para alcanzar la unidad no es necesario que seamos idénticos entre nosotros.
Audre Lorde

Audre Lorde
Fuente: Huffington Post

Como prometí, cerramos la semana con el nacimiento de otra poeta, una que era «negra, lesbiana, madre, luchadora y poeta» (según ella misma se describía), una imprescindible en la historia de la lucha feminista: Audre Lorde, que, además, es una de las grandes ausencias de la agenda revolucionaria (aunque sí aparece en la original de Verso).

A diferencia de lo que sucede con otros de los personajes que habitan las páginas de estas dos agendas revolucionarias, Audre Lorde es bastante conocida en español, aunque solo encontramos algunas de sus obras traducidas. Sin ir más lejos, la revista Pikara publicó un largo reportaje sobre ella en 2013 escrito por María Ptqk, detallando gran parte del pensamiento de esta activista del feminismo, tan actual ahora como lo era cuando gestó su filosofía y sus poemas. (Véase, por ejemplo, esta intervención de Angela Davis en un simposio dedicado a Lorde en la escuela universitaria neoyorquina Medgar Evers College).

La importancia de su figura es tal que existen no pocas iniciativas en la comunidad LGBT que llevan su nombre, entre ellas, The Audre Lorde Project, un centro comunitario neoyorquino para personas LGBTSTGNC de color.

Como decía, el pensamiento de Lorde es de rabiosa actualidad, pues estaba convencida de que «lo que nos separa no son nuestras diferencias, sino nuestra incapacidad de reconocer, aceptar y celebrar dichas diferencias». En ese sentido, Lorde se enfrentó al feminismo convencional, que parecía ser blanco por definición, argumentando que la problemática de desigualdad e indefensión de la que son víctimas las mujeres negras lo es por partida doble, algo que una mujer blanca, en desigualdad por ser mujer, pero en situación de privilegio por ser blanca, no puede compartir. De la misma manera, Lorde señalaba a los hombres negros, haciéndoles ver (algo que ya hemos visto que muchos otros activistas han apuntado antes y después) que la lucha por sus derechos tenía que ir forzosamente de la mano de la lucha por la igualdad feminista, pues una opresión no puede justificar otra. Este pensamiento interseccional, encaminado a aprovechar los puntos en común, pero también a potenciar las diferencias, es lo que hace de Lorde una activista tan extraordinaria. No hay más que verla, con su finísima inteligencia y su vitalidad inagotable: como conmemoración del vigésimo aniversario de su muerte, Dagmar Schutz elaboró un reportaje del paso de Lorde por Berlín en 1984 y de la enorme influencia que tuvo en aquellas personas con las que se cruzó, de la profunda concienciación que inspiró en los europeos sobre su responsabilidad en las desigualdades raciales:



Audre nació el 18 de febrero de 1934 en Nueva York. Era la tercera hija de un matrimonio de padres caribeños, estrictos y poco dados a demostrar su afecto. Su madre, además, tenía la tez clara, tanto que casi podía pasar por blanca. Entre otras cosas, esto hacía difíciles las relaciones con sus hijas, más oscuras que ella.

Desde pequeña, ya era brillante y, en muchas ocasiones, empleaba la poesía para comunicarse, como una suerte de expresión ordenada de sus pensamientos tumultuosos. Estudió en un instituto para niños superdotados, en 1954 pasó un año en la Universidad Nacional de México y, a su regreso, se sacó el título de biblioteconomía en la Universidad de Columbia mientras trabajaba al mismo tiempo de bibliotecaria. En 1968 se alojó en una residencia para escritores en Mississipi, donde estableció las bases de su creación artística posterior.

Durante aquella época estuvo casada con Edwin Rollins, con el que tuvo dos hijos. Se divorciaron en 1970.

A partir de ese momento, Lorde inició su carrera como profesora universitaria y publicó muchísimos poemas en diversas revistas literarias. En 1978, le diagnosticaron un cáncer de mama, que se le reprodujo en el hígado seis años después. Tras el diagnóstico, escribió su famoso libro Los diarios del cáncer. Fue durante esos años cuando viajó a Berlín y pasó muchas temporadas en la capital alemana. Finalmente, sucumbió al cáncer en su hogar de las St. Croix en las Islas Vírgenes, a los 58 años.

He aquí la bibliografía de sus pocas obras publicadas en español (¡editores españoles, no sé a qué esperáis!):

> La hermana, la extranjera, publicada por la editorial Horas y horas y traducida por María Corniero Fernández.

> Zami una biomitografía. Una nueva forma de escribir mi nombre, publicada también por la editorial Horas y horas y traducida por Magalí Martínez Solimán.

> Los diarios del cáncer (publicado en Argentina por Hipólita ediciones, traducido por Gabriela Adelstein)

Por último, si os interesa leer más acerca de su vida, en 2014 se publicó una biografía escrita por Alexis De Veaux:

> Warrior Poet: A Biography of Audre Lorde, publicado por W. W. Norton & co. 

En sus últimos años, Lorde habló muchísimo de su enfermedad y, como siempre había hecho, escribió poesía para enfrentarse a la vida y a sus dificultades. El poema mencionado en la agenda Verso se titula Letanía por la supervivencia (aquí os lo pongo, la traducción de una servidora)

Letanía por la supervivencia
Para quienes que vivimos en la orilla,
de pie sobre el borde constante de la decisión
indispensables y solitarios,
para quienes que no podemos abandonarnos
a los sueños pasajeros que elijamos
que amamos en los umbrales, yendo y viniendo,
en esas horas entre amaneceres
mirando en el interior y el exterior
antes y después al mismo tiempo
en busca de un ahora que pueda
engendrar futuros
como el pan para las bocas de nuestros hijos,
para que sus sueños no reflejen
la muerte de los nuestros.

Para quienes
se nos marcó con el miedo
como una débil línea en mitad de nuestras frentes
que aprendimos a temer desde la leche de nuestra madre
pues con esta arma
esta ilusión de encontrar cierta seguridad
los pies de plomo esperaban silenciarnos.

Para todos nosotros
este instante y este triunfo;
nunca estuvo escrito que sobreviviríamos.

Y cuando sale el sol, tememos
que no permanecerá;
cuando se pone el sol, tememos
que no volverá la mañana;
cuando tenemos el estómago lleno, tememos
padecer indigestión;
cuando lo tenemos vacío, tememos
que no volveremos a comer jamás;
cuando nos aman, tememos
que el amor se desvanecerá;
cuando nos encontramos en soledad, tememos
que el amor nunca regresará;
y, cuando hablamos, tememos
que nuestras palabras no serán escuchadas
ni bienvenidas.

Es mejor hablar
recordando
que nunca estuvo escrito que sobreviviríamos.

En un documental que lleva este mismo título, ella misma lo recita:



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