lunes, 18 de junio de 2012

El mofongo de La abuela Lola


Últimamente, me estoy dando aún más cuenta que de costumbre de que los traductores somos unos grandes desconocidos. Y no solo los traductores literarios, de libros y demás. La traducción es una profesión desconocida que, entre los que no la conocen (la gran mayoría), está plagada de ideas preconcebidas, erróneas ¡e incluso estrambóticas! Si los traductores intentan cambiar su situación, a veces se encuentran con gente muy ignorante, malintencionada y despiadada que ve autobombo injustificado donde lo que hay no es eso, sino el intento porque los demás comprendan lo que tan bien decía Juan Cruz hace unos días en El País: los autores extranjeros no hablan español.

Los traductores y nuestra solitaria, desconocida y, a veces, desagradecida labor no somos los únicos que padecemos de invisibilidad: da la sensación de que, hoy en día, todo provenga de un origen indeterminado y haya gente a la que le moleste y le irrite profundamente que los traductores afirmemos con orgullo: «¡Yo he traducido esta obra, que también, con permiso del autor, es mía!». Allá ellos a quienes, ignorantes, les moleste: los traductores que llevamos a cabo proyectos largos convivimos con ellos, nos levantamos con ellos, nos acostamos con ellos y buceamos entre sus páginas en busca de la más mínima connotación, la intención del autor, el sentido profundo del texto que nos ayudará a plasmarlo en una lengua en la que no está escrito.


Y todo esto viene a cuento de que hace ya más de dos semanas que salió a la venta La abuela Lola: una novela deliciosa (en sentido tanto literal como figurado) que tuve el placer de traducir durante el verano pasado, ¡así que esta entrada era algo que tenía más que pendiente!

La particularidad principal de esta novela es que su autora, de la que hablaré a continuación, nació en La Habana, aunque vive en California y escribe en inglés (claro, ¿de qué si no iba yo a dedicarme a traducir su obra?). Si la invisibilidad del traductor es manifiesta cuando el autor tiene un nombre extranjero, imaginaos lo que pasa cuando la autora se llama Cecilia Samartin.

Al margen de reivindicaciones de la labor del colectivo traductor, yo tengo que reconocer que, a diferencia de lo que desgraciadamente les pasa a otros (como lo que le sucedió a Joan Sellent con el dramaturgo Edward Albee), he tenido una suerte enorme con mis autores (al menos con aquellos con los que he tenido contacto, aunque haya sido fugaz y, de momento, nunca en persona), porque son un tesoro. En particular, Cecilia Samartin es una mujer muy amable y positiva, con una voz increíblemente dulce y tranquila, y que escribe con un estilo claro y sencillo, pero muy bien hilado y muy emotivo. Espero sinceramente que La abuela Lola tenga muy buena acogida en España (después de haber pasado por países como Noruega y Suecia con un éxito rotundo), porque se lo merece.

La abuela Lola relata la relación especial que existe entre Sebastian, un chaval enfermo de corazón cuya máxima ilusión sería poder jugar al fútbol, y su abuela Lola, una puertorriqueña incansable, una mujer fuerte y dedicida, que adora cocinar y a su familia.

Tengo que reconocer que el título en español me encanta: Mofongo (su título en inglés), que es el nombre de uno de los platos típicos puertorriqueños en torno al que gira la acción de la novela, no hubiera sido tan evocador para los lectores españoles. La abuela Lola es un título genial. Yo creo que a mí no se me habría ocurrido ninguno mejor. Además, la abuela de mi padre se llamaba Lola, y todos en la familia la llamaban así, con lo que el título, entre mi familia paterna tiene más gracia aún.

Traduje La abuela Lola el verano pasado, con un calor insoportable, el aire acondicionado se estropeó y tuvimos que bajar de urgencia a comprar un ventilador para no morir asfixiados, y todos a mi alrededor me contaban que se iban de vacaciones a disfrutar de no hacer nada y de descansar al solecito. De haber sido una novela peor o más aburrida, creo que habría muerto de asfixia o me habría subido por las paredes (he de reconocer que en algún momento, a pesar de todo, estuve a punto). En lugar de eso, sobreviví al calor traduciendo los platos de la abuela Lola y Sebastian, ¡e incluso probé a preparar un mofongo! (que no me quedo nada mal para ser la primera vez, por cierto).


Mi intento de mofongo, después de haber traducido la receta para La abuela Lola

Por lo demás, aparte del aumento de responsabilidad que cae sobre los hombros del traductor cuando sabe que el autor de la novela podrá leer su trabajo, el tener que enfrentarme a personajes cuya lengua materna era el español fue un arma de doble filo: por un lado, si los personajes en inglés hablan en español y yo los pongo a hablar en español, el efecto no será el mismo que en inglés, por supuesto, y toca compensar en otros aspectos, pero por otro, a un nivel más profundo, el hecho de que quien escribía hablara español me facilitó la tarea, pues sus estructuras de pensamiento y sus referentes culturales, aunque estaban expresados en inglés, me resultaban más familiares, creo, de lo que me sucedería con otros autores con los que no existe ese vínculo lingüístico-cultural, cosa bastante curiosa, la verdad.

No puedo contar mucho más a riesgo de destripar la historia que La abuela Lola relata y que vuelvo a repetir: espero que guste mucho, porque merece la pena. ¡Muchísimas gracias, Cecilia, por haberla escrito!

Aquí podéis leer el primer capítulo de la novela. ¡Espero que os guste!

Actualización:

Lo he estado pensando y se me había olvidado contaros algo: en mitad de la traducción de Mofongo, me entró un antojo incontenible por comer un cochinillo asado (probablemente, los que hayáis leído la novela lo entenderéis). Por eso, fuimos a matar el antojo a un restaurante de Madrid estupendo que se llama El pedrusco de Aldeacorvo y tengo prueba gráfica de ello (¡el cochinillo estaba delicioso!).

Los cochinillos de El pedrusco de Aldeacorvo.

Además, aquí podéis leer una entrevista a Cecilia Samartin hablando sobre ella, su proceso creativo, su inspiración y la novela.