domingo, 11 de febrero de 2018

El alborotador Rolihlahla (11 de febrero de 1990) (14)

Nelson Mandela
Fuente: Biografías y vidas

Al igual que todos los días anteriores y que todos los siguientes, el 11 de febrero de 1990 a las tres de la tarde, las aguas del Atlántico bañaban los contornos color esmeralda de una isla solitaria en medio de la bahía de Ciudad del Cabo. Poco imaginaba ese lugar, que tantos horrores había albergado que, justo en ese instante, se convertiría en un centro de peregrinaje de pacifistas y defensores de la lucha contra el racismo. Era la isla prisión de Robben, lugar en el que Nelson Mandela pasó encerrado en una minúscula celda húmeda dieciocho de los veintisiete años que permaneció encarcelado. Sus ojos quedaron irreversiblemente dañados por el resplandor de las minas de cal blanca en las que se vio obligado a hacer trabajos forzados durante sus primeros años de internamiento. También fue allí también donde se gestó su transformación: pasó de ser uno de los líderes del CNA (Congreso Nacional Africano) y uno de los ideólogos de su brazo armado, el Umkhonto we sizwe (Lanza de la Nación), en contra del apartheid a convertirse en la figura más importante de la lucha contra el régimen y un hito contra el racismo y en pro de la democracia, la paz y la igualdad a la altura de Gandhi, cuyos métodos tanto admiraba.

El joven abogado Nelson Rolihlahla Mandela (su segundo nombre significa en xhosa «el que tira de la rama de un árbol» que se puede interpretar como «el alborotador») también sufrió una importante transformación física a lo largo de sus años de prisión: fue detenido en 1962, a los 44 años, lleno de energía y decidido a luchar hasta el final por los derechos de los suyos, cuando declaró «Estoy preparado para morir» y, para cuando fue liberado, se había convertido en un delicado abuelillo de ojos entrecerrados y pelo encanecido, aunque su porte regio y su saber estar, adquiridos durante su infancia como hijo del jefe de su tribu, jamás lo abandonarían.

Aquel día, Mandela ya no se encontraba la isla, aunque no estaba lejos: recluido en la prisión Victor Verster, en Paarl, una pequeña población continente adentro, recibió las noticias de que el parlamento, con el presidente Frederik le Clerk a la cabeza, había legalizado el CNA y muchas otras organizaciones prohibidas como preludio de la caída del régimen racista. Nelson salió de prisión de la mano del gran amor de su vida, su segunda esposa, Winnie, que lo había esperado durante los veintisiete años que duró su cautiverio. La separación por su encarcelamiento pasaría factura a su relación: Nelson reforzó su convicción de que Sudáfrica necesitaba la reconciliación entre razas, que fue exactamente lo que guio su política posterior. Por su parte, Winnie radicalizó su postura durante las décadas de encarcelamiento de su marido, pasando ella misma varias temporadas encarcelada por sus actividades violentas para el CNA, lo que la hizo sentirse profundamente decepcionada por la inexplicable postura conciliadora de él.




Como símbolo de ese principio rector que marcaría su política desde su liberación, Mandela, siendo ya presidente de su país, mandó fusionar un cántico africano xhosa que sus seguidores le habían dedicado en más de una ocasión, Nkosi Sikelel' iAfrika (Dios bendiga África) con el himno en afrikáans del país, Die Stem (La llamada), una amalgama musical aparentemente imposible que representara la diversidad racial de un país traumatizado por cincuenta años de violenta segregación. 

Una hermosa versión de ese Nkosi Sikelel' iAfrika es la decimocuarta entrada de nuestra lista de Spotify. A continuación, podéis ver la interpretación del himno fusionado durante la final del mundial de rugby de 1995 en la que Sudáfrica se enfrentó a Nueva Zelanda y que marcó el inicio simbólico de la reconciliación que Mandela tanto había anhelado.



Clint Eastwood llevó la historia a la gran pantalla en su película Invictus (basada en la novela de John Carlin El factor humano traducida por María Luisa Rodríguez Tapia).

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