lunes, 21 de julio de 2008

Accidente rodillero (continuación)

Prometí que os iba a poner al día vía blog de lo que fuera pasando con mi rodilla derecha (como ya os he dicho en el post anterior, ella ya casi forma una entidad independiente... ¡Hace lo que le da la gana!), pero las cosas han sido un poco agobiantes desde que llegué a Madrid: ¡casi no he parado de trabajar! De algún modo, eso no deja de ser buena noticia, aunque a todo aquel que le digo que no he pedido la baja me ponen caras raras... Debe ser que o bien yo soy muy sufrida (o muy vaga, de no preocuparme por hacer el papeleo correspondiente) o la gente está muy acomodada (o son muy apañaos, y sí se ponen manos a la obra con la burocracia)...

En fin, después de mis dos (1 & 2) pequeños incisos futboleros (imprescindibles, por otra parte), me he enterado porque muchos de vosotros me lo habéis dicho, que os impresioné con la foto de las dos rodillas... Supongo que para cuando esté curada definitivamente, tendré que hacérmela de nuevo, para demostrar que sí era lo que parecía...

Había dejado el hilo de los acontecimientos en Basilea, yo yendo de aquí para allá, en tranvía o a pata, con las muletas alquiladas en la farmacia (todos los suizos me ponían cara de pena al decirme que no podían dármelas de gratis porque no vivía allí... Parecía que casi les daba pena que no lo hiciera, jeje). Terminó el trabajo y yo me quedé allí incluso durante los cuartos de final de la Eurocopa, porque así es como lo había planeado en un principio, porque ¡pretendía hacer turismo durante ese último fin de semana! Después de aquel fin de semana, por fin tocó poner rumbo a Madrid de nuevo. Yo estaba un poco nerviosa por el viaje (¡menos mal que no iba sola! De haberlo tenido que hacer sola, no sé si habría podido...), porque no sabía cómo iba a manejarme (sobre todo porque tenía que dejar las muletas a Carlos para que las devolviera él), pero al final no fue la cosa tan estresante. Antes de ponernos en marcha, tomamos el café con Zach y Emma, que acababan de salir de su clase de alemán y ni siquiera me dio tiempo de despedirme de Carlos, porque le pusieron una reunión sorpresa de última hora y nos marchamos justo cuando él nos estaba buscando porque acababa de salir. En cualquier caso, cogimos el autobús para el aeropuerto de Basel y, al llegar, los de Easyjet no nos pusieron ningún problema, cosa que me sorprendió muy positivamente. Yo pensaba que iba a tener que sacar allí todos los papeles del hospital, radiografía incluida y ¡qué va! En cuanto les expliqué el asunto, me hicieron facturar rápidamente y me dijeron dónde tenía que esperar al empleado del aeropuerto que me llevaría en silla de ruedas hasta la puerta de embarque.

El tipo tardó un poquillo, pero me vino muy bien que me pasara el control de policía (lo único es que una francesa enorme tuvo que cachearme, pero lo hizo con mucha delicadeza) y me llevara hasta la puerta. También tenía miedo de cómo me las apañaría con la marabunta que siempre se forma en las puertas de embarque e Easyjet (como sabéis, no hay asientos asignados, así que consiste en a ver quién llega antes y se puede sentar). Por suerte, a mí me dejaron subir la primera y me senté en la primera línea, que tiene más hueco pa las piernas.

El problema, cómo no, surgió una vez llegamos a Madrid, porque los de Barajas se hicieron los locos cuando los de nuestro vuelo les dijeron por radio que necesitaban una silla de ruedas y el resultado fue que me pasé esperando dentro del avión después de aterrizar casi media hora. Las azafatas fueron muy amables en todo momento, pero al final me tuvieron que pedir que saliera andando ¡porque tenían que volar de vuelta a Basilea! La tipa malcarada que vino a recogerme con la silla de ruedas encima empezó a despotricar contra la compañía aérea, ¡incluso diciéndome que debería denunciarles por no haberles avisado a ellos!

Por suerte, fuera nos estaban esperando mis padres con las muletas de mi hermano, que me han acompañado desde entonces, aunque ahora las saco de paseo por turnos, porque ya voy sólo con una.

A partir de aquel momento, empezó la odisea de médicos, que no ha sido demasiado traumática en parte gracias al seguro de Sanitas y en parte gracias a la efectividad de mi padre con estos temas y que os cuento en el próximo post.

[Fotos: 1) La accidentá en el aeropuerto: no os imagináis lo bien que funcionó la táctica de ponerse la camiseta de Suiza para volar. A los suizos les molaba verme con la banderita. Aparte de todo, me compré la camiseta porque me mola ese color rojo tan intenso: pareces de la Cruz Roja, sólo que al revés, 2) Zach y Emma en el restaurante italiano, foto cortesía de Olga, 3) Lo que se veía desde mi asiento del avión... Todavía se veía el cartelito del aeropuerto, 4) Pista de aterrizaje ¡a punto de despegar!, 5) Las muletas de mi hermano... Por lo visto, se llaman Paulina y Pamela... Yo no sé si sus tocayas serán iguales, pero mis acompañantes son más bien torpes: ¡se caen todo el rato al suelo y entorpecen el paso de todo el mundo!].


2 comentarios:

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