Está claro que esta estancia mía en Basilea está siendo todo menos tranquila… Y como estamos en plena vorágine futbolística, lo que más pegaba es que me lesionara de la rodilla (bien podría no haber pasado, pero aquí estamos… Qué se le va a hacer…).
En fin, después de pasar la tarde presenciando las miserias de Italia, con su empate a uno con Rumanía, por un lado (apoyando a Maria y a Chiara, que se habían vestido para la ocasión) y de Francia por el otro, c

on el terrible 4-1 a favor de Holanda, quisimos seguir la noche en Aqua, un local del que he estado oyendo hablar casi desde que llegué aquí y que a las congregaciones italiana y francesa les encanta… Total, que para allá que nos fuimos Carlos, Maria, Chiara (a la que en el último minuto convencimos para que se tomara con nosotros la última copa antes de irse a hacer la maleta, porque se iba al día siguiente) y yo.
Lo que sucedió después no lo recuerdo bien (eso mismo les dije a los médicos, que me miraban con cara de incredulidad… La estudiante de medicina de turno llegó a preguntarme si había bebido y cuando le dije que no, me miró con aún más cara de incredulidad ¡¡¡¡que no!!!!, ¡¡¡¡que no estaba borracha!!!! ¡¡¡Me había bebido una cerveza hacía por lo menos tres horas!!!)… Sólo sé que en el momento exacto, Carlos me estaba describiendo una escena de
Trainspotting (después de esto, debería verla enterita…) y un segundo después, lo único que recuerdo es un dolor intensísimo en la rodilla (como si me hubiera dado un giro de 180º) y que mi cabeza se apoyaba en la tierra húmeda… Después, todo se convirtió en un torbellino

: todos hablando a mi alrededor, gente que preguntaba qué pasaba, Maria, que se iba corriendo a parar un taxi… Aún tardé un poquillo en sentarme y entonces, mientras yo me mareaba cosa mala, unas estudiantes de enfermería muy simpáticas me estuvieron mirando la rodilla y me dieron agua (con gas… En aquellos momentos no fui lo suficientemente rápida como para decirles que no…). Al cabo de un rato, Carlos y Chiara me ayudaron a levantarme del suelo (¡suerte que no tuvisteis que llevarme en brazos a ninguna parte, ¡porque os hubierais herniado!) y, después de despedirnos de Maria, a la que dejamos con cara mezcla de preocupación y de sorpresa, nos montamos en el taxi que nos estaba esperando y nos dirigimos a
LA farmacia de guardia de Basel (convenientemente situada frente a las Urgencias del hospital del cantón). Me dio la sensación de que el taxi daba veinte mil vueltas para llegar hasta allí (supongo que también se me hizo largo porque me dolía horrores la rodilla y porque aún ten

ía el miedito/tembleque en el cuerpo)… Chiara cogió estupendamente las riendas de la situación y fue ella la que entró en la farmacia, departió con la dependienta y salió con una colección de vendas, cremas antinflamatorias, etc., para mi dolorida rodilla.
A continuación, nos dirigimos a casa de
Carlos (mmm, ya sabéis,
ya os lo he dicho: si antes era uno de los mejores anfitriones ahora ha pasado a ser EL anfitrión de oro), porque no me sentía yo como para quedarme a solas con aquel monstruo de rodilla que se me estaba poniendo (y con el tembleque que aún tenía en el cuerpo). Al llegar allí, envié a Chiara de vuelta a casa, a hacer su maleta… Sé que, si por ella hubiera sido, habría perdido el avión del día siguiente para quedarse conmigo… ¡Y yo eso sí que no habría podido perdonármelo! ¡Ya les monté suficiente numerito tal cual!
Después de subir las escaleras (nunca se me habían hecho tan largas… No quiero ni pensar lo que va a ser cuando esté de vuelta en Carabanchel… Supongo que tendré que enclaustrarme en casa…) ya sí que me dio el bajón total (estaré

is pensando que soy una flojucha), pero después de una valeriana y una tilita, se me pasó un poco… También me alivió colocarme una de las curiosas vendas que me había comprado Chiara, que estaba como embadurnada de Vicks Vaporub y me alivió un poquillo el maldito dolor… Después de poner al corriente a Pablo, que se quedó asustao; Carlos y yo nos pasamos un buen rato viendo la vía del Bonn-Berlín (resulta que aquí hay un par de cadenas de tele que, a partir de cierta hora, ponen pececillos de colores, troncos crepitantes en una chimenea o lo que se ve desde la máquina de un tren en un trayecto determinado para ayudar a los insomnes a conciliar el sueño) y luego, a tratar de dormir, cosa bastante imposible porque ya no sabía cómo colocar la maldita pierna pa que no me apretara, presionara o pinchara el maldito huevo de paloma en que se había convertido mi rodilla…
Si hubiera estado mejor a la mañana siguiente, habría pasado de ir al médico, pero la condenada seguía hinchada y doliéndome un montón cuando trataba de cojear, así que decidí meterme en camisa de once varas y llamar a Sanitas ¡con el rollo que es esto de los seguros médicos en el extranjero! De nuevo, de no ser por los teléfonos e internetes de Carlos, habría estado bastante perdida, porque donde nos alojamos (apenas un par de manzanas más al este… Querría haberos contado algo de mi humilde cuartito en el
Gundeli Appartementhaus, pero es más jugosa la historia de la rodilla… Casi tanto como
esta otra…) no hay ni teléfono, ni internet, ni tan siquiera recepcionistas los fines de semana…

Lo bueno es que, al contrario de lo que me ocurrió hace ya varios años en Estrasburgo, el personal de Sanitas resolvió rápidamente la situación y al cabo de unos minutos, me estaban llamando para decirme que lo habían arreglado todo para que pudiera ir al Kantospital (el hospital universitario frente al que estaba la farmacia del día anterior) y me hicieran una radiografía.
Después de unas cuantas escenas que os ahorraré (como por ejemplo, mi periplo para encaramarme en la bañera o el paseo hasta la parada del tranvía como si fuera el jorobado de Notre Dame), hicimos trasbordo en la plaza de la estación, donde nos encontramos con Olga, que se vino con nosotros, y otro trasbordo más ¿cerca de Elisabethenstrasse? (no me estaba enterando demasiado del camino) por parada técnica telefónica y de abastecimiento y finalmente, llegamos al hospital en el sábado más soleado y caluroso de todos los días que llevamos en Basilea (que tiene narices la cosa, la verdad).
Por fin, entramos por la puerta de automóviles de urgencias (más que nada por ser originales, ché), me tomaron los datos en admisión (con preguntas como si estaba casada o qué religión profesaba, jeje) y nos dispusimos a echarle paciencia… Por fin, me llamaron y Carlos se fue, porque había quedado con los colegas (también ahí me habría sentido terrible

mente culpable de haberle arruinado la juerga, ¡después de la okupación de su casa!). Primero un ATS me hizo contarle qué me había pasado (aquélla fue la primera de unas cuantas veces), me tomó la tensión y me dio un par de ibuprofenos. Luego Olga y yo volvimos a la sala de espera otro rato a esperar a que me llamara la médico, en particular, una delgadita y rubia estudianta de medicina, que me estrechó la mano vigorosamente al verme.
Nos condujo hasta uno de los boxes y me hizo quitarme los pantalones y tumbarme en la camilla… Ahí fue donde empezó la retahíla de explicaciones (con pregunta sobre alcohol incluida, jeje) y reconocimientos de mi rodilla (ésta fue la que me hizo más daño… Cuando trató de torcerla en lateral, por poco la agarro del cuello… Incluso a Olga, que estaba presenciando el proceso, le dolió). Me enviaron fuera de Urgencias a hacerme una radiografía (más quitarse y ponerse los pantalones y más posturas incómodas), que sólo tardó en salir del horno lo que yo tardé en volver a ponerme los zapatos –no es fácil sin poder doblar la rodilla, leñe-, de vuelta al box y otra vez la superiora de la estudiante me hizo relatarle toda la historia y otra vez me toqueteó la rodilla (ésta era la típica germana

con cara decidida… Antes de que tratara de retorcérmela lateralmente, la paré de un grito), le mencionó algo sobre mi menisco a la otra en suizo y ambas se largaron, prometiendo que volverían con su jefe…
Tardaron bastante en volver, tanto que el partido de España ya llevaba casi una hora cuando vinieron con el jefe del servicio (por lo menos, nos enteramos del primer gol por Chiara, que le envió un mensaje a Olga) y yo hasta me había quedado traspuesta en la camilla. Volví a tener que contarle todo el rollo, volvió a toquetearme la rodilla (a éste no le dejé ni intentar lo del giro lateral) y finalmente nos dijo que puede que tenga sobreextensión de ligamentos y algo de menisco, pero que con la rodilla como un balón de fútbol era difícil saberlo, que me iban a colocar una férula y me recetó una ristra de drogas (entre otras cosas, me tengo que meter un chute de heparina todas las noches para no tener trombosis por tener la rodilla tan inmovilizada… Qué previsores, estos suizos… Nunca me habían recetado nada similar…).
Por fin, salimos de allí con férula incluida (por encima del pantalón, pa llamar más la atención, si cabe) a la famosa farmacia de enfrente. Lo bueno es que tenían una tele

enorme, así que pudimos ver prácticamente toda la segunda parte del partido contra Suecia (partido cuya repetición estoy viendo ahora mismo: grandísimo gol, el de Villa) mientras me preparaban los medicamentos y las muletas (sí, sí, para colmo de aparatosidad, también tengo que llevar muletas)…