martes, 15 de junio de 2010

La gardenia blanca de Shanghái


Como muchos de vosotros ya sabéis, este post lleva guardado en la recámara bastante, bastante tiempo, porque os he dado convenientemente la plasta con ello durante todo él. Fijaos que lo escribí cuando ésta era todavía mi primera traducción de una novela y por fin hoy sale a la venta con el título: La gardenia blanca de Shanghái. Mucho ha llovido desde entonces, y tengo a la espera otras cuantos libros más, de los que seguro, os he hablado u os iré hablando... Por ejemplo éste de aquí, que quedó super-bonito, ¿verdad que sí, Nata?

Pero bueno, con White Gardenia siempre tendré algo especial, porque la primera traducción literaria a la que me enfrentaba. Y por supuesto, a su autora, la australiana Belinda Alexandra tendré que acabar conociéndola, porque me estoy convirtiendo casi en su sombra española (otra de sus novelas me espera en breve).

Sí, os pareceré terriblemente cansina, pero es que como fue la primera, me siento particularmente orgullosa de ella... Casi, casi, casi es como si la fuera a "parir" yo, aunque está claro que yo no habría escrito una novela así, pero sí disfruté mucho traduciéndola y aportando en ella mi pequeño granito de arena.

Cuando le cuento a la gente mi retahíla sobre White Gardenia, me suelen preguntar mucho por cómo es el libro, así que aquí os contaré un poquito de qué va, quizás eso os ayude a decidir si queréis leerla, y de hecho, si aún os quedan dudas, siempre podéis echarle un vistazo al segundo capítulo. Aunque sé que no es el tipo de literatura que a muchos de vosotros os gusta, yo os cuento... ¡Espero que os resulte de utilidad!

La gardenia blanca de Shanghái es una novela que pertenece al género romántico-histórico. No es una novela "rosa" en el sentido estricto de la palabra, aunque podría decirse que roza la delgada línea que separa la novela romántica de la rosa a secas. Lo que la salva es el contexto histórico en el que está enmarcada y una estructura que es más sólida que las novelas rosas convencionales, que no suelen cuidar la base de la historia que cuentan, más bien acostumbran a sacrificarla por una profusión de detalles romántico-eróticos sin ton ni son. En La gardenia blanca de Shanghái, el desarrollo de los acontecimientos históricos desde la óptica personal de la protagonista y la conclusión final son más importantes que los detalles en sí.

Dicho esto, paso a relataros el argumento [los que pretendáis leeros la novela no lo leáis, porque espoilereo un poco]: Hasta 1945, Anya Kozlova había disfrutado de una plácida vida junto a sus padres en Harbin, China, donde su padre había tenido que exiliarse tras la Revolución rusa. Pero ese año, el de su decimotercer cumpleaños, su padre fallece en un accidente de coche, y su madre y ella se ven obligadas a alojar en su casa a un general japonés. Cuando el ejército soviético entra en la ciudad, hace un trueque con sus aliados del ejército de liberación popular chino: los soviéticos se quedarán con la madre de Anya para llevarla a un campo de trabajo en Siberia, y los chinos, al mando del despiadado Tang, se quedarán con Anya, para, probablemente, torturarla o prostituirla. Ese es el principio de una serie interminable de penurias por las que Anya pasará, librándose siempre de lo peor. Los vecinos de Anya la rescatan para enviarla a Shanghái. Allí, Anya se hospeda en casa del adinerado Serguéi Nikoláievich y su cruel esposa Amelia. Serguéi es dueño de uno de los clubes nocturnos más famosos de la ciudad, el Moscú-Shanghái, del cual es gerente el atractivo Dimitri Lubenski, del que Anya pronto se enamora. Poco después, se prometen en matrimonio. Inmediatamente después de la boda entre Dimitri y Anya, Serguéi fallece en extrañas circunstancias y deja todas sus posesiones a Anya, lo cual crea tensiones entre ésta y su joven marido. Mientras tanto, la situación política se complica y el ejército nacional chino va tomando paulatinamente la ciudad. Las cosas no van bien con Dimitri, por lo que, final Anya se ve obligada a marcharse en un barco rumbo a la isla filipina de Tubabao, donde se erigía un asentamiento de refugiados rusos. La vida y las condiciones climatológicas son duras en la isla, pero Anya conoce a Irina y a su abuela Ruselina, con las que traba buena amistad, al incombustible Ivan Nakhimovsky, que la apoya en los momentos duros, y al Capitán Connor, para el que trabaja como secretaria. Después de que la ONU y la OIR insten a los países a que se hagan cargo de este grupo de refugiados rusos, varios se ofrecen a acogerlos, siempre bajo ciertas condiciones. En un primer momento, Anya, Irina y Ruselina se disponen a ir a Estados Unidos gracias al contacto que Anya tiene con su amigo el diplomático Dan Richards, pero cuando se descubre que Ruselina tiene tuberculosis y sólo puede ser acogida por Francia, Anya e Irina se deciden a marcharse a Australia, para esperar allí a que Ruselina se recupere. Justo antes de marcharse a Melbourne, Ivan le pide la mano a Anya, que lo rechaza, confusa. De nuevo, las condiciones en las que Irina y Anya llegan a Sídney no son fáciles: tienen que firmar un contrato de trabajo obligatorio de dos años con el gobierno australiano y las meten en un campo de refugiados superpoblado. Anya vuelve a tener suerte: gracias a la recomendación del Capitán Connor, es contratada como ayudante por el Coronel Brighton, director del campo. Gracias a su inestimable ayuda, en poco tiempo, Anya e Irina pueden abandonar el campo de refugiados y establecerse en Sídney, auspiciadas por la amiga del Coronel, Betty Nelson, dueña de una próspera cafetería. Poco a poco, la vida de las dos amigas comienza a mejorar: Anya consigue un trabajo como periodista y luego editora de moda en una conocida revista e Irina se enamora del cocinero de la cafetería, Vitaly, y además, recupera a su abuela, que regresa de Francia totalmente repuesta de su enfermedad. Pero Anya no ha olvidado a su madre, y dedica muchos esfuerzos a intentar encontrarla por medio de las organizaciones internacionales, cosa harto difícil en la Rusia soviética. La vida de Anya da otro giro cuando Dan Richards le comunica que Dimitri ha fallecido en Los Ángeles, no precisamente en la opulencia que Anya le presuponía. Repentinamente, Ivan, ahora un próspero comerciante de comida congelada, reaparece en su vida, y vuelve a cortejar a Anya, que se queda muy afectada al enterarse de que la noche que la separaron de su madre, ésta fue asesinada por Tang antes de llegar a Rusia. Sin embargo, finalmente todo parece arreglarse: Anya por fin acepta casarse con Ivan, con quien tiene una niña, y el General japonés reaparece como por arte de magia, para comunicarle que su madre está viva, en Moscú. Finalmente, Anya e Ivan viajan a Moscú, a pesar del espionaje de la KGB, para tratar de llevarse a la madre de Anya, y por fin, ésta, 25 años más tarde, puede reunirse con su madre.

A continuación, podéis consultar un mapa que he creado sobre los viajes de la protagonista a lo largo del libro por el espacio y el tiempo...


Ver La gardenia blanca de Shanghái en un mapa más grande


Y oye, si después de esto os la queréis comprar: ¡nada más fácil! (que luego no se diga que no hago publicidad).

Portadas: 1) Algo que me gusta especialmente es la portada de la traducción: ¡¡¡creo que mejora con creces el original!!! Es elegante y atractiva, pero sin pretensiones... ¡¡¡espero que a la gente le den ganas de leerla y comprarla!!!, 2) Portada original de la edición de bolsillo de Harper Collins (de un ejemplar así la traduje yo), 3) Nueva portada de la edición original, que es la que menos me gusta.

jueves, 10 de junio de 2010

De llanuras y montañas helvéticas



Pues sí, amigos, sí… Si hasta hace unos días me hubierais hecho la pregunta que Panoramix le hace a Obélix al final de Astérix en Helvecia, yo habría respondido exactamente lo mismo que él , ¿que cómo me resulta Helvecia? ¡¡¡LLANA!!!


El territorio conocido de Basel no podría serlo más (el año pasado aventuré a adentrarme por las partes traseras del barrio de Gundeli y me encontré con unas cuestas que eran inmorales, al menos para intentarlas con mi modesta bicicleta) y uno a priori, si no sabe que los Alpes existen porque alguien se lo ha contado, no creería que este minúsculo país con tanta idiosincrasia tiene los panoramas alpinos más espectaculares del mundo.

Astérix bien lo sabe: en su aventura por tierras helvéticas tuvo que escalar una alta montaña en busca de la Edelweiss (sí, sí, esa a la que le cantaba un bucólico Christopher Plummet-Von Trapp en Sonrisas y lágrimas… Probablemente, una de las mejores canciones de la película)… Claro, lo de subir a las montañas era algo que yo tenía pendiente también…

Edelweiss no vimos, pero este fin de semana una servidora, acompañada de un señor desconocido (diremos que se trataba del señor E-mierdecilla) que prefiere que mejor no sepa que estuvo allí, nos encaramamos al Pilatus (sí, sí, así se llama… Según parece porque es posible que Poncio Pilatos estuviera allí enterrado), una espectacular montaña junto al lago Lucerna de más de 2000 metros de altura.

Sí, está claro que fue una experiencia muy turística (aparte de cara), pues el asunto está preparado pa que los guiris como nosotros nos hincháramos a hacer fotos… Pero también pudimos disfrutar de unas vistas maravillosas que jamás habría imaginado desde la llana Basel.

Como buenos españolitos, yendo a contra-horario, nos animamos a empezar la expedición bastante tarde, hacia las dos. Eso hizo que nos perdiéramos el trayecto en barco que transporta al visitante desde Lucerna hasta Alpnachstad, donde se encuentra la estación inferior del tren cremallera más empinado del mundo. En su lugar, tomamos el autobús hasta el comienzo del teleférico, espectacular sobre las verdes praderas helvéticas (vacas suizas, otras a las que tenía ya ganas de ver… Y no, no son moradas, oiga).


La primera parte del teleférico, que va desde Krieg hasta Fräkmüntegg, está compuesta de cabinas individuales. En la estación final de este tramo hay un parque multiaventura con un larguísimo tobogán de metal que tiene que ser una pasada. Desde Fräkmüntegg hay todavía otro tramo más hasta llegar a la cumbre del Pilatus, pero esta última parte se hace en una góndola colectiva cuyo movimiento resulta impresionante, sobre todo durante la última parte del trayecto, cuando llega a la estación (parece que el ingenio mecánico vaya a estrellarse contra la pared de roca).

Arriba, el paisaje parece de otro mundo: la estación del Pilatus, probablemente construida en los setenta, tiene aspecto de Sputnik y parece que vaya a despegar de un momento a otro, y el hotel que hay en la cima se encuentra actualmente en obras, dándole un toque fantasmal a toda la zona (perfectamente podría ser un escenario del Syberia).


Los paseos por la cumbre son muy interesantes, pero es necesario llevar buen calzado, porque aunque algunos están medianamente asfaltados, hay que andarse con cuidado para no tropezar y despeñarse colina suiza abajo. Las nieves perpetuas, las verdes praderas y los lagos alpinos con las montañas de fondo consiguen tranquilizar al más nervioso, y envidias a aquellos que han decidido echarse los pies al hombro y caminar por alguno de los senderos que recorren la ladera.

Por último, tomamos el famoso tren cremallera para hacer el descenso: las vistas desde él son increíbles y el cacharro, mira que lo construyeron en 1890, funciona estupendamente. Tecnología suiza punta.

Por fin, ya en la superficie, como simples y minúsculos mortales que somos, cogimos el tren normal de vuelta a Lucerna, donde terminó nuestra excursión sabática alpina que ha hecho que yo ya no pueda decir lo mismo que Obélix… ¿Que cómo me resulta Suiza? Montañosa y espectacular. Ahora sí.



[Fotos: 1) Última viñeta de Astérix en Helvecia... ¿Cómo? ¿Que no lo habéis leido? ¿¿¿¿Y a qué estáis esperando????, 2) El Pilatus de fondo con el lago Lucerna y sus barquitos en primer plano (cosecha propia), 3) Teleférico del primer tramo (cosecha propia), 4) Funicular colectivo hasta la cumbre del Pilatus (cosecha propia), 5) La cima del Pilatus, con su estación que parece una nave espacial y el comienzo del tren cremallera (cosecha propia), 6) Paisaje desde la cima 1 (cosecha propia) y 7) Paisaje desde la cima 2 (cosecha propia)].